DILECCIÓN AL DESAPEGO
Ese recuerdo
me basta, donde un campanario reza, para hacer un melodrama
del día que espera, en la realidad incolora,
sin un beso,
que llevar náufrago a la boca.
Y en el aire, de magnífica altitud, la seda y sus relámpagos,
desnudan mármoles rotos,
en las alucinaciones en pleno día,
en harapos y sin guía,
como viendo fantasma luminosos,
de amor y no de ira,
con los años del árbol,
al que le van creciendo ramas,
fieras espinas y
gana cuerpo, en la noche.
Una voz se detiene, se hace una pausa,
con el trino de una tierra lejana,
en la lectura, se alza la mirada,
para contemplar el fuego en dulce arrobamiento,
reflejado en el espejo,
y todo queda entre paréntesis,
en la incertidumbre,
como un lugar santo, sin horrores,
y se inclina hacia las nubes, llenas de aliento,
y de pronto, la casa desata la ternura,
que ha ascendido unos metros,
hasta que el aire es más puro,
en los cristales empañados,
tan ligeramente, en la música del futuro.
Y dice, sal al jardín, dulce y fresco,
y contempla cómo caen las estrellas en las montañas.
Hablemos quedamente,
para que nadie piense y nos escuche.
Ven, escúchame, hablemos de nuestros ayeres y muebles,
de pulpos, serpientes, tortugas,
y ballenas más anchas que el horizonte,
las estrellas fugaces, no se han escondido y proliferan.
Ahora
vigila la espesura, sonríele a los caminos,
rosas, ligeros montes, con las tristes arboledas,
tapices, cuadros, cuadernos y parques de granito,
abanicos abiertos, tumbas olvidadas,
y abierta la esperanza ingenua,
como un ángel de mármol.
Este mundo, que ya no acoge sin preguntar nada, este
mundo de leones disecados,
tiene el morir en brazos de la niebla,
con coronas y vajillas, con la mano de la asfixia cercana,
que acarician manos
en el umbral de las tardes, que desunen al hombre
que pasa a la distancia, lentamente,
abajo de un corcel.
Nadie es, cándido, ni sella el pacto con tumba abierta,
donde hay luz, en la ventana pintada de ese cuadro.
Sí, mucho necesita el hombre, antes de extinguirse,
porque el alba se equivoca,
para abarcar la extensión de sus deseos,
y su
deseo es la nada,
de los meses,
y años,
en el segundo siguiente.
Autor: JOEL FORTUNATO REYES PÉREZ.
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