ESPLENDENTE RETROCESO

ESPLENDENTE RETROCESO

En el instante en que la luz,
mueva por lustros al delirio,
deslumbrará la crisálida, con la voz de la madera,
y algo más tarde, los labios casi mudos…
Dirán lo que era, la noche en claro día, por el pensamiento al que sangra.
Donde estuve y pasé una noche, al humo pegado, en la nieve con su cuerpo,
que con saña nadie ha castigado,
ya como vaso, de dolor sobrado.

Ningún corazón sangrando se derrama. Ni cae aún ligero,
sobre todo cuerpo,
donde pese a ello, se impone un silencio, aún más.

De la palma, en que acongojase como vago al viento,
un dátil fiel, donde todos los horizontes suenan,
al  corazón una carne blanda, tu carne de sueño,
cantando entre distancias y entre nieblas,
hondo como un árbol de vida,
la luna y los susurros,
al examinar la tarde de las trenzas,
está la flor que se mece, el color,
y el paisaje.

Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje...
Doradas moradas en la enfermedad y la muerte,
verde con el agua de las palmas,
vejez y nacimiento,  de ruta inciertas,
sin que nada muestren con piedad, los ojos,
del ídolo esculpido en tal laurel.

Que, si al contar estrellas no yerro,
porque hace siete años, la gruta a nadie ha besado,
y no encontró lugar, en esas nubes.  Arroyo donde el sol se sumerge,
tibia el agua, donde mis dedos arden como peces,
en la red que sale del mar, cargada de colores.
¡No estaba ahí, ese día!. No pude decirle,
pues ella tampoco estaba.

A lo lejos, ya muy lejos, en el después, los labios
que fulgen temblorosos, están en el  recuerdo,
al ritmo lento de su horario.
Humilde en la infinita paciencia del glosario,
y en la fe penetrante de la voz,
y en ese hueco mudo.
Mi costillar vació,
donde golpea delicioso al corazón,
con un sonido que se ilumina torpemente.
En tanto duermen en calma,
los sentidos, exaltados y callados,
tendiendo a las palabras trampas.
Muchos golpes y venenos la tentaron y sembraron más sombras que acecharon una vez.

Pero nadie oye ahora, el rugir de las ardillas. ¡No les dejes ser sólo su cuerpo!.
De algún modo somos, el mismo cuerpo,
con la opresión que son sus nueces,
en los sentidos de agudeza rara...

Ya sé lo que murmuras, fuente clara, nada se difunde en el papel que te sostiene.
Ya en otro descienden las palabras,
y se filtra esa luz de la dádiva,
con los  pasos atravesando cerrojos,
con los vegetales que roen los insectos.

Yo amo la noche, y su torrente cálido,
silencio, muerte, diamantes y triángulos,
de los cristales,
en los que apenas se oye si se agita una bestia, mansa,
por los oídos que se apagan, sin nada que conturbe la silenciosa calma,
y en el alma de las cosas,
su frente y se agolpa,
aquello,
que será,
nuestra,
luz
y
propia ruina.

Autor:  JOEL FORTUNATO REYES PÉREZ
 

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Jueves, Diciembre 21, 2017 - 04:16

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