INEXPUGNABLE CONCILIACIÓN.

Por la carne casi femenina,
con enorgullecida azul satisfacción,
está la tierra verde desde ayer.

Nada metimos, alterno al recuerdo en la tierra,
ni  tapamos con tierra el amarillo ayer,
sabemos, lívidos, que perteneces a la tierra,
clavando solo unas pupilas desde el ayer.

Siempre imaginando que eres sueño,
y debería haberme resultado un libro,
sin regresos ni paradas,
hojas del espacio lleno en todo el humo  del estado,
casi prolongación blanda de la existencia,
de lamentables gotas y  charcos, ataúdes,
y cristales del agua,
de troncos derribados,
hostilmente, en el ahora que duerme el rayo.

Y entre la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
que he perdido, alegre, hasta la antigua paciencia, volátil  de orfebre,
que la vejez hace resaltar por impaciencia, astillas y  sólo las miserias.

Ya no saldré nunca de esa música,
en tanta luz cegada,
donde va la ternura a solas escanciada,
en la  verdad,
por tu fervor vertida.

Y de ello, aquí, por más que sonría,
mía, de mi calor, del cuerpo, un susurro en la voz,
ya se ha truncado. Ya estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas tarde,
y en él siembro, en su pecho estremecido,
la palabra dulce y dolida y su veneno.

Es manifiestamente verdadero, sutil, vaporoso,
en la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan,
deshojadas rosas,
entre las pieles sucesivas.
Aunque las palabras no puedan,
verificarse a sí mismas.

Así que este arte, vivirá durmiendo,
y entonces se replegaré sobre la esquina,
que te incomodará, al ser del  biombo que  busca un  cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estaremos esperando.

Más alegre y joven, en un espíritu,
con el rostro,
que oscurecía la hierba, aquí y más allá.

¡Ya es el diecisiete un simple quince!.