EL BAILE
Se conocían lo bastante para no pisarse, aunque Emma trastabilló un paso al tropezar con un obstáculo imaginario. Jaime no dejó de sujetarle por el talle y, con suavidad, recostó la barbilla entre el hueco del cuello y su hombro para susurrarle al oído… -¿Estás bien…? Ella gimió una leve afirmación, mientras sonaban los acordes de un clásico bolero. -…Ahora viene otra tanda latina –suspiró, estrechándose aún más junto al mullido, pero recio cuerpo de Jaime. En la penumbra de la sala de baile Jaime distinguió a algunos amigos que aún pululaban al fondo de la barra; alguien le hizo la señal de victoria desde lejos aunque no supo de quien se trataba. Sudaba copiosamente y le preocupaba que Emma se encontrara a disgusto. Observó de reojo a las otras parejas sin dejar de mecerse en el cadencioso ritmo del baile. Una de ellas abandonó la pista en silencio, agarrados de la mano con gesto cansino. Al lado de ellos otra pareja se movía desacompasada y, para distraerse, trató de imaginar por un momento cómo bailarían un foxtrott… Casi que podía escuchar los jadeos de ella, en exceso alterada. Demasiado frenéticos, pensó. Emma le sacó de su nube mental con una intempestiva pregunta: -…Tiene que ser tarde ya, Jaime… -Sí, casi de madrugada… -le contestó, al mismo tiempo que Emma apagaba su respuesta con un bostezo prolongado. La pareja de al lado casi chocó contra ellos y ambos se volvieron, extrañados por la inesperada maniobra. La otra muchacha jadeaba sin hallar suficientes bocanadas de aire con que respirar. Se asustaron cuando le vieron abrir mucho los ojos, antes de caer desplomada al suelo; su pareja se sintió impotente para detener su peso en la caída. Acto seguido un grupo de personas acudió junto a la chica. Jaime reconoció un brazalete sanitario en uno de los que estaban agachados junto a ella… -No te preocupes, la están atendiendo –susurró a Emma, tratando de tranquilizarla. Al poco alguien se acercó con una camilla y la pista quedó de nuevo envuelta de música y penumbra. -…Sí, ahora sí, Emma, este es el último tema –la fatiga de Jaime ocultó el tono alegre que quiso imprimir a su voz y, sin dejar de bailar, se abrazaron aún más fuerte. De repente todas las luces de la discoteca se encendieron al unísono y un estallido de gritos y aplausos inundó la sala. El locutor de la radio local era quien sostenía el micrófono mientras anunciaba a viva voz a la pareja ganadora del decimonoveno Maratón de Baile de la Ciudad. Emma y Jaime habían dejado de bailar, pero permanecían aún abrazados en el centro de la pista, casi pegados por el sudor después de veintidós horas continuadas de baile. Todavía el cansancio no les permitía calibrar todo el sabor del triunfo, pero la organización del evento enseguida les emplazó para el fin de semana próximo en el que recibirían su premio en una fiesta conmemorativa respaldada por la prensa y demás medios de comunicación. Ahora sólo deseaban descansar. Entre el tumulto de amigos y felicitaciones, Jaime arropó a Emma con su abrigo, mientras le acompañaba hasta la salida. -Te he pedido un taxi, campeona –él vivía a la vuelta de la esquina-. ¿Quieres que te acompañe…? -No hace falta. ¡Gracias, Jaime! –Emma sacó una sonrisa, exhausta. Se despidieron con un beso demasiado largo para lo agotados que estaban. El taxi cruzó la avenida central y los jardines de la alameda en denodada batalla entre la lluvia y los parabrisas, que no hallaban tregua. Cuando llegó a la plaza Mayor del casco urbano antiguo frenó en seco. -Hemos llegado, señora. El taxista se giró hacia atrás ante tanto silencio… -¡Señora! Emma roncaba con la cabeza apoyada contra la ventanilla. En la radio se oían las notas del saxo de Sonny Rollins en armonioso compás con el ritmo del parabrisas…
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Ministério da Poesia/General | POEMARIO DE RUMBOS | 0 | 812 | 05/03/2011 - 20:14 | Español |
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