EL SILENCIO: Entre el pensar y el sentir. (Ensayo)

EL SILENCIO
Entre el pensar y el sentir.
Autor: JOEL FORTUNATO REYES PEREZ

Introducción:

El silencio es un tejedor de ideas y sentimientos que se van articulando en lenguajes descoloridos y ligeros, que conmueve al camino del vivir, que detiene y transporta, desea y se aleja, para sentir nuevos mundos en la soledad nublada de los vientos y pájaros, que caminan con muletas por las memorias desnudas de ciudades sin nombre, de tiempo y olvidos, propios de una modernidad llena de vacíos, y de caos en las pestañas. El silencio es para pensar y sentirlo, tanto como para dejar de hacerlo cuando conviene.

Objetivo:
La intención fundamental que persiguen estas consideraciones es mostrar un conjunto de ideas que permitan reflexionar sobre varias dimensiones del silencio enmarcadas en algunas concepciones filosóficas y socioculturales.

Antecedentes:
Silencio es un término que procede del latín silentĭum y hace referencia a la abstención de hablar o a la ausencia de ruido. El silencio también es un recurso paraverbal que puede utilizarse en un discurso o una conversación. En una conversación, el silencio puede tener distintos significados, como formar parte de la puntuación normal de una frase o tener una carga dramática. En este sentido, puede distinguirse entre el silencio objetivo (la ausencia de sonido sin otra connotación) y el silencio subjetivo (la pausa reflexiva para acentuar lo dicho o posteriormente). El silencio, por otra parte, hace referencia a la disminución o falta de ruido en un determinado momento. Es una actitud, un comportamiento humano de recogimiento, de ir alejando los ruidos que se producen en el ambiente y en la intimidad; es actitud de escucha ante los demás, ante lo que sucede exteriormente, sin querer intervenir, hasta que sea el momento preciso. Es dejar que las cosas sucedan sin intervenir en ellas, dejar que los pensamientos fluyan y se den con naturalidad sin hacer ningún tipo de presión o esfuerzo voluntario. También es como lo dice P. García: “silencio. Viene definido por la Real Academia española actual como ausencia total de sonidos y de ruidos. Aplicado al ser humano sería, ausencia total de sonidos y de ruidos en él. Igualmente se puede decir, que estar en silencio significa permanecer callado, o estarlo mientras los otros hacen uso de la palabra o en otras circunstancias”. Este sería el caso, por ejemplo, de la locución adverbial “en silencio”, que se usa para expresar que algo se está haciendo sin llevar a cabo ningún tipo de queja. De la misma forma, existe la locución verbal “imponer a alguien silencio”. Con ella lo que se intenta determinar es que una persona o institución, obliga a otra a que se calle o a que guarde para sí determinados sentimientos. En otro sentido, y como efecto de no hablar por escrito está: El silencio de los historiadores contemporáneos; el silencio de la ley… Escríbeme cuanto antes porque tan largo silencio me tiene con cuidado. En los colegios y entre los militares, es un toque de corneta, tambor o campana, que manda cesar todo ruido y que cada cual se acueste. Interesante resulta la personificación del silencio en Egipto, con el dios Harpócrates, en Grecia y Roma su estatua se colocaba en la puerta de los templos para significar que a los dioses se les honra con el silencio. Era representado por un muchacho que llevaba una mitra egipcia o una cesta sobre la cabeza, y con un dedo puesto sobre los labios recomendaba guardar silencio, y le estaban consagrados el loto y el albérchigo. No obstante, en Roma, también había una diosa del silencio. Lara o Muta, o Tácita, a la que según la leyenda, Júpiter había cortado la lengua en castigo de haber revelado a la ninfa Yuturno, la celada que el padre de los dioses le había tendido para tenerla. Además de lo anterior, está el sentido figurado en: Entregar una cosa al silencio, como olvidarla, no hacer más mención de ella. Pasar en silencio una cosa, omitirla, callarla, no hacer mención de ella cuando se habla o se escribe. Perpetuo silencio: Fórmula con que se prohíbe al actor que vuelva a deducir la acción o a instar sobre ella. Silencio sepulcral se dice de un lugar donde no se percibe sonido alguno, aludiendo a la quietud propia de los muertos. Para escuchar esa sinfonía, para escuchar la Naturaleza se requiere el silencio del oído. Con él se quiere prestar atención al modo en que debe hacerse el silencio en uno mismo, un requisito necesario a toda escucha.

Desarrollo:
Algunos pensadores del siglo XIX y XX, consideran que el silencio es algo irracional, que debe ser superado por la racionalidad propia del habla. Este ejemplo es expresado por Wittgenstein, quien optó por la renuncia a la palabra, pero no porque ya no tuviera nada que decir, sino porque ésta ya no le servía. F. G. Steiner explica: “El más grande de los filósofos modernos fue también el más profundamente dedicado a escapar de la espiral del lenguaje. La obra entera de Wittgenstein comienza preguntándose si hay una relación verificable entre la palabra y el hecho. Lo que llamamos hecho pudiera ser acaso un velo tejido por el lenguaje para alejar al intelecto de la realidad. Wittgenstein obliga a preguntarse si puede hablarse de la realidad, si el habla no será solo una especie de represión infinita, palabras pronunciadas a propósito de otras palabras”. Es decir, la búsqueda de la palabra exacta, de la tentativa de decir lo indecible, nos lleva a una palabra que es hija de la otra, nos aleja de la realidad, que está construida por nuestro lenguaje, el que es dependiente de sí mismo, cómo expresar algo que podría ser el reemplazo del pensamiento, una suerte de superposición permanente de palabras sobre palabras sin fin.

En historia de la filosofía:
Muchas escuelas filosóficas han argumentado sobre la naturaleza del lenguaje, desde los pitagóricos hasta los sofistas en la Edad Antigua. La escuela de Pitágoras de Samos (570-497 a. de C.), que eran comunidades religiosas y estudiosas, le daba una importancia central al silencio, no como mera forma de comunicación, sino como un asunto de trascendencia metafísica. Era un modo de preparación para ser aceptado en la escuela pitagórica (pero no sólo como un requisito de acceso). Los aspirantes susceptibles de ser iniciados debían permanecer en silencio durante cinco años. Para preparar mejor la palabra. Para desalojar la ligereza de espíritu que aturde a las personas de palabra fácil y vacua. Los pitagóricos recurren al silencio como forma de generar palabras más profundas: Hacerse las preguntas fundamentales de la Filosofía era cuestión del silencio. Las respuestas (e incluso las formas de plantearse las interrogantes) dependían de la reflexión silenciosa, ascética, de los filósofos. Deshacerse de la ligereza de espíritu: el silencio se hacía no una costumbre, sino un método de pensamiento, puesto que el hablar interior, les había hecho adquirir una capacidad especial a la hora de hablar. Esto es, el silencio les impedía afectar la pronunciación de las palabras habladas. Para los pitagóricos, el silencio era señal de discreción y autodominio, simbolizando, Pitágoras, la actitud silenciosa del sabio. Sócrates buscaba crear perplejidad entre sus discípulos, al respecto, los filósofos Kierkegaard y Heidegger postulan: “La perplejidad es una actitud sana, ella lleva al silencio y a la espera, invita a la paciencia…”También, Heidegger, nos “Induce a callar para dejar que el ser nos hable” Al respecto, Bacon dice: “Los hombres conversan por medio de lenguajes, pero las palabras se forman a voluntad de la mayoría, y de la mala o inepta constitución de las palabras surge una portentosa obstrucción de la mente. Ni tampoco las definiciones y explicaciones con que los eruditos tratan de guardarse y protegerse son siempre un remedio, porque las palabras violentan la comprensión, arrojan a la confusión y conducen a la humanidad a innumerables y vanas controversias y errores”. Por otra parte, el silencio es ponerse en contacto con lo profundo de nuestro ser, callarnos ante la inmensidad de la vida, adentrarnos para quedar sumergidos en ese misterio. Silencio es entonces acallar los ruidos y solicitaciones que llegan desde fuera, acallar sobre todo, el ruido del propio yo, con sus inmensas ambiciones, miedos y orgullo, para no perderse en la cotidianidad, para vivir una vida tranquila, equilibrada y saludable. Por el silencio recuperamos mucha energía positiva que hace perder las numerosas actividades diarias, los sinfines de pensamientos que pasan por la mente. Como señalan: Krishnamurti.- La percepción alerta, la comprensión, es un estado de la mente de completo silencio, silencio en el cual no existe opinión, juicio, ni evaluación alguna. Es realmente un escuchar desde el silencio. Y es sólo entonces, que comprendemos algo en lo cual no está en absoluto envuelto el pensamiento. Esa atención, ese silencio, es un estado de meditación. Por su parte, R. Maharshi considera: El silencio habla siempre, es el flujo perenne del “lenguaje”. Es interrumpido por la palabra pues las palabras obstruyen este “lenguaje” mudo. Las conferencias pueden entretener a las personas por horas sin mejorarlas. El silencio es permanente y beneficia a toda la humanidad... El silencio es elocuencia incesante. Es el mejor lenguaje. Interesante también dice: Nisargadatta Maharaj. En la naturaleza nada dura, todo vibra, aparece y desaparece. El estado natural de la mente no puede ser ningún pensamiento en particular, sólo el silencio… Por otra parte, se ha dicho que la mente evita el silencio porque el silencio no tiene límites, no tiene forma y no se puede definir. Aprende a ser como el Universo escuchando y reflejando la energía sin emociones densas y sin prejuicios. El mismo Buda dijo.- El silencio tiene su lenguaje, sabe hacerse entender. Por otra parte, “El individuo sin silencio no se pertenece, no es enteramente dueño de sí mismo. Es vivido desde fuera. Volcado hacia lo externo, incapaz de escuchar las aspiraciones y deseos más nobles que nacen de su interior, vive como un “robot” programado y dirigido desde fuera. Sin cultivar el esfuerzo interior y cuidar la vida del espíritu, no es fácil ser verdaderamente libre. El estilo de vida que impone hoy la sociedad aparta a las personas de lo esencial, impide su crecimiento integral y tiende a construir seres serviles y triviales, llenos de tópicos y sin originalidad alguna. Muchos suscribirían la oscura descripción de G. Hourdin: “El hombre se está haciendo incapaz de querer, de ser libre, de juzgar por sí mismo, de cambiar su modo de vida. Se ha convertido en el robot disciplinado que trabaja para ganar dinero que después gastará para recuperar y mantener la salud o disfrutará en unas vacaciones. Lee las revistas de moda, escucha las emisiones de T.V. que todo el mundo escucha. Aprende así lo que es, lo que quiere, cómo debe pensar y vivir. El ciudadano robot de la sociedad de consumo pierde su personalidad” (J. Pagola).

Problemática del silencio:
El silencio puede ser tomado como una falta de pensamiento, como un defecto de capacidad reflexiva, como ignorancia que deja mudo. Cuando hablamos, esperamos se nos escuche en silencio, que nos pongan atención, que se aprehenda la interpretación de nuestro propio pensamiento a través de los signos lingüísticos. Se habla y después se guarda silencio. Tal vez sí, si se guarda silencio, pero como una pasividad, como una acción negativa, un dejar de hacer lo que se estaba haciendo (hablar). No se calla para poner atención al otro que ahora toma su lugar en la discusión: callamos, esto es, estamos tal vez pensando en lo bien o mal que hablamos, en si se nos entendió, pero no estamos tratando de aprehender o decodificar no sólo lingüísticamente (sino hasta metafísicamente) el mensaje del interlocutor. Y si lo hacemos, es sólo para sujetar lo que tenga que ver con lo que se dijo. No estamos formados para escuchar, sólo callamos como un acto negativo. El silencio, por ejemplo, es definido como “Circunstancia de no haber ningún sonido en un sitio o en un momento. Circunstancia de no hablar las personas. Circunstancia de no hablar de cierta cosa: ‘El investigador, periodista, filósofo, analista e historiador guarda silencio sobre ese punto”. En la primera acepción sólo es ausencia de ruidos (no sólo humanos, también ruidos casi abstractos); en la segunda es como apagar el cerebro, y, en la tercera, es como una señal de ignorancia, de falta de conocimiento. Es sobre esta base de definición gramatical que se sustentan algunas nociones del ente silencioso. Ahora bien, para Ludwig Wittgenstein (1889-1951) filósofo contemporáneo que hizo varios asertos sobre la actitud del silencio, en su primera obra, el Tractatus logico-philosophicus, en el prólogo que él mismo escribió (y en el último parágrafo de su libro), dice que “De lo que no se puede hablar hay que callar”. Filosofía de cuño individualista; es decir, nos expresa que lo que yo no puedo pensar (lo que es impensable, dice el filósofo austriaco) no lo puedo adquirir escuchando al otro, esto es, solamente yo puedo generar mi propio conocimiento, y no tengo ni la obligación ni el derecho de escuchar al otro. Wittgenstein pretende “trazar un límite al pensar”, quiere evitarnos la pena de pensar lo que no se puede pensar. Wittgenstein, el gran lógico, en su Tratado lógico-filosófico, al final, dice lo siguiente: acerca de lo que no se puede hablar, es necesario guardar silencio (Schweigen), y pareciera que con eso ya no hay más que hacer. M. Heidegger (1889-1976) Refiere que: Hablar y oír se fundan en el comprender. Éste no nace ni del mucho hablar, ni del afanoso andar oyendo. Sólo quien ya comprende puede “estar pendiente”. Por lo que es la clave de su filosofía del silencio: El mismo fundamento existenciario tiene otra posibilidad esencial del hablar, el “callar”. Quien calla en el hablar uno con otro, puede “dar a entender”, es decir, forjar la comprensión, mucho mejor que aquel a quien no le faltan palabras. El decir muchas cosas sobre algo no garantiza lo más mínimo que se haga avanzar la comprensión. Al contrario: la verbosa prolijidad encubre lo comprendido, dándole pseudoclaridad, es decir, la incomprensibilidad de la trivialidad. Es un pasaje bastante esclarecedor sobre el lenguaje silencioso, que parece da en el fondo: el hablar mucho no significa decir algo. No siempre el hablar tiene algo que transmitir. A veces, transmite la “trivialidad” del que sólo grita para contener al verdadero hablar. Una condición sine qua non del buen hablar, es el callar, y viceversa. Sólo en el genuino hablar es posible un verdadero callar. Para poder callar se necesita el “ser ahí” tener algo que decir […]. Entonces hace la silenciosidad patente y echa abajo las “habladurías”. La silenciosidad es un modo del habla que articula tan originalmente la comprensibilidad del “ser ahí”, que de él procede el genuino “poder oír” y “ser uno con otro”. Pero hay un juego lógico en estas afirmaciones de Heidegger, en el cual dice que si no hablamos, no podemos callar. El mundo no habla, así es que no puede callar, dice; el hombre que no habla, correrá la misma suerte, afirma. Para “ver a través” del otro al que interpelo y me interpela, es necesario escucharlo, no sólo oírlo, y quien no guarda silencio no podrá hacerlo. Para este filósofo, el decir y lo dicho son una misma cosa, fundida; así, hace una ontología del lenguaje, puesto que atiende al ser, a lo que es, a partir del lenguaje. “Heidegger es el pensador del callar más relevante de la filosofía actual. Los pensamientos sobre el callar atraviesan casi la totalidad de su obra.” Heidegger dice que algo muy comprensible pero que nadie puede explicar completamente, es el concepto del ser. Heidegger, pues, fue el primer filósofo importante contemporáneo que sacó a relucir, de nuevo, el estudio del ser, y, en lo que nos compete, una ontología del silencio. Se puede afirmar, siguiéndolo, que el silencio anticipa al habla, no como una evolución, sino como condición para desechar las “habladurías” a que hace referencia. Para prescindir de la verborrea que emiten los que cultivan el mucho hablar con sonidos, y poco hablar en silencio, antes de hablar fonéticamente.

En la paremiología:
Es interesante mencionar el hecho de que existen una serie de expresiones, frases célebres y refranes, que se utilizan de manera coloquial y hacen empleo del término o concepto que nos ocupa. Algunos de ellos son: Las grandes almas sufren en silencio (Schiller). Si dudas, calla (Zoroastro). El silencio es profundo como la eternidad; el discurso es superficial como el tiempo. El silencio es más elocuente que las palabras.
El pensamiento trabaja en silencio, lo mismo que la virtud. Podría erigirse una estatua al silencio (Carlyle). El silencio es madre de la verdad (Disraeli). La mayor parte de los hombres saben callar, pero pocos saben cuándo deben hacerlo (Anónimo). Guarda silencio y la gente te tomará por un filósofo (Proverbio chino). Muchas veces me he arrepentido de haber hablado, pero nunca de haber guardado silencio (Publio Siro). El silencio prudente es la santidad de las santidades de la sabiduría terrenal (Baltasar Gracián). No puede hablar bien aquel que no es capaz de frenar su lengua (Thomas Fuller). Una lengua desenfrenada es la peor de las enfermedades (Eurípides). El mundo sería más feliz si los hombres fueran tan capaces de guardar silencio como de hablar (Spinoza). Cuando las palabras no son mejores que el silencio es mejor callar… Por otra parte, el refrán es tal vez menos profundo que el proverbio, por un lado tradicional en Oriente; es más saltarín y juguetón. Su esquema retórico es generalmente un pareado: su contenido ha de ser agudo y penetrante. Ejemplos relacionados en nuestro tema son: Quien calla ni otorga ni niega. Quien come callado no pierde bocado. En boca cerrada no entran moscas. Silencio ranas que va a predicar el sapo. Se tienen dos orejas y una boca para oír mucho y hablar poco…

En una anécdota del silencio del zen: Un maestro zen caminaba en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de la montaña.
Cuando llegaron donde había un cedro antiguo, se sentaron para comer su merienda sencilla a base de arroz y verduras. Después de comer, el discípulo, un monje joven que no había descubierto todavía la clave del misterio del Zen, rompió el silencio para preguntar: “maestro, ¿cómo puedo entrar en Zen?” .Obviamente se refería a la forma de entrar en el estado de la conciencia que es el Zen. El maestro permaneció en silencio. Pasaron casi cinco minutos durante los cuales el discípulo aguardó ansiosamente la respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro le preguntó repentinamente, “¿oyes el sonido de esa quebrada en la montaña? “. El discípulo no se había percatado de ninguna quebrada. Estaba demasiado ocupado pensando en el significado del Zen. Entonces prestó atención al sonido y su mente ruidosa comenzó a aquietarse.
Al principio no oyó nada. Después, sus pensamientos dieron paso a un estado de alerta, hasta que escuchó el murmullo casi imperceptible de una quebrada en la distancia. “Sí, ahora lo oigo”, dijo. El maestro levantó un dedo y con una mirada a la vez dura y gentil, le dijo, “Entra al Zen desde allí”. El discípulo quedó asombrado. Fue su satori, un destello de iluminación. Sabía lo que era el Zen sin saber qué era lo que sabía. Después siguieron su camino en silencio. El discípulo no salía de su asombro al sentir la vida del mundo que lo rodeaba. Lo experimentó todo como si fuera la primera vez. Sin embargo, poco a poco comenzó a pensar nuevamente. El ruido de su mente sofocó nuevamente la quietud de su conciencia y no tardó en formular otra pregunta: “maestro”, dijo, “he estado pensando. ¿Qué hubiera dicho usted si yo no hubiera logrado oír la quebrada en la montaña?” El maestro se detuvo, lo miró, levantó el dedo y dijo, “Entra al Zen desde allí”.

En otras circunstancias, guardar silencio es no responder ante una pregunta que exija respuesta. En este caso, el silencio no sólo se rompe por la expresión hablada, sino también por la escrita, que manifiesta la voluntad del receptor del mensaje. No siempre el simple silencio verbal significa falta de respuesta, ya que ésta puede ser dada expresamente por escrito o por signos evidentes, como cuando se asiente con la cabeza; o puede darse la respuesta de manera tácita, que se expresa comenzando a ejecutar el acto de que se trate sin mediar palabra o texto escrito, como cuándo alguien acepta contratar un vehículo de transporte público, subiendo al mismo y pagando por el traslado, sin pronunciar palabra.
La palabra silencio se identifica y puede significar el estar callado. Lo que se calla es la intencionalidad, pero no para entrar en la escucha de un silencio que debe ser escrito con mayúsculas, como si se trata de un silencio ontológico, sino simplemente para oír. El silencio del oído será, el silencio de la escucha dirigida. Si se presta oídos al mundo, el oído se llena de sonidos. Siempre hay sonidos, ruidos, un perro que ladra, el viento que pasa, el teléfono, o los pájaros que cantan. "Esto es lo que llamo silencio" afirma Cage. "es decir un estado libre de intención, porque —por ejemplo- siempre tenemos sonidos; y en consecuencia no disponemos de ningún silencio en el mundo. Estamos en un mundo de sonidos.
Le llamamos silencio cuando no encontramos una conexión directa con las intenciones que producen los sonidos. Decimos que es un mundo silencioso (quieto) cuando en virtud de nuestra ausencia de intención, no nos parece que haya muchos sonidos. Cuando nos parece que hay muchos, decimos que hay ruido. Pero entre un silencio silencioso y un silencio lleno de ruidos, no hay una diferencia realmente esencial.
Esto que va del silencio al ruido, es el estado de no-intención, y es este estado el que me interesa". Atender al silencio es escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa desapercibido. Para ello es preciso parar la actividad y dirigirse hacia lo que se debe hacer para escuchar.

En la Música:
El silencio son interrupciones momentáneas o pasajeras de una o varias partes vocales o instrumentales en la composición musical, y también los signos representativos de las citadas interrupciones. Los silencios corresponden a los distintos valores de las notas. Aunque el valor estético del silencio varía según el lugar que éste ocupa dentro del compás, en todo caso constituye el equivalente negativo del sonido al cual substituye. Así, en éste ámbito, el silencio es un signo que indica la duración de una pausa. Todas las notas musicales tienen su propio silencio,
cuyos valores corresponden a la duración de cada nota. No obstante, es posible definir al silencio como una nota que no se ejecuta. Siendo un ejemplo singular el detener la rueda de la escucha intencional lo que propuso el músico hace ya cincuenta años cuando compuso 4'33''.
Su título, como es sabido, indica la duración de la interpretación: 33’’, 2’40’’ y 1’20’’. El pianista, en su estreno (D.Tudor), indicaba el inicio de cada parte cerrando la tapa del piano y al final abriéndola. Con 4’33’’ se atiende al sonido, al silencio sonoro que siempre coexiste en el espacio de ejecución de una obra musical. Esta obra que, ciertamente, incitó la cólera de muchos oyentes, pretendía abrir la escucha a todos los sonidos, mostrar que lo que denominamos silencio está regido por la intencionalidad. Se trataba pues, de aprender a escuchar, de no taparse los oídos con unos sonidos prefijados y atender a todos los sonidos que se acallan con la palabra silencio. Pero 4’33’’, como Cage afirmaba, supone aún una escucha medida, por eso el músico compone diez años después 0’00’’, otorgando todo el tiempo a la escucha. Y en ese tiempo cero, el silencio es como la esfera de H. D. Thoreau, una esfera en la que cada sonido es como una burbuja en su superficie.

Reflexiones finales:
El silencio es un estado de diferente extensión y duración, es la suma total de todos los pequeños silencios que se llevan dentro, algo que puede ser ampliado y prolongado en la voluntad, sin obstrucción; dónde no puede ser alcanzado por pensamiento alguno, ciertamente difícil y complejo, pero que crece o disminuye según el propio esfuerzo personal. Si por el contario, se estima que nada tiene que ver con el momento y la intimidad, poco importa el resultado del mismo. Jamás llegaremos a entendernos si no olvidamos los pensamientos distractores, destructivos, opuestos a la calma profunda, es decir, si no sentimos y experimentamos el silencio verdadero. Aquello que nos hace genuinos ante nuestra mismidad. Más aún, si se continúa atrapado en las paredes de emociones e ideas contradictorias, o se es producto de la inmensa manipulación de las masas, carente de la más mínima autocrítica. En el silencio verdadero, ningún significado tienen el pasado ni el mañana, ni el más allá, en este estado el tiempo sólo existe en el presente, y el espacio es sólo otro aspecto del tiempo. Mientras se conserve la esencia de éste, y se acepte la existencia propia dentro de ello, y como algo enteramente transitorio, se podrá obtener el más loable fruto. Pues no solo nos hayamos cara a cara con el silencio, sino que nos convertimos en él… Y después de esto, ya no se es como el de antes, ni otro diferente a sí mismo.
Por otra parte, el lugar donde puede generarse el silencio consciente y voluntario, es en la vida cotidiana, en el espacio de la lucha y sufrimiento, de las diversiones y distracción, de la manipulación y confusiones. Allí se habrá de modelar y establecer un orden estratificado, y sólidamente construido en la base silenciosa del silencio voluntario. Es casi, como si la mente (razón, sentimiento, memorias…etc.), entrara en sí misma, empezando del exterior al interior, por capas, de la superficie al fondo, desnudándose de toda clase de ruidos y palabras; dónde ideas y emociones pierden su significado, creando el propio reino del silencio, un estado de profunda tranquilidad, con sólida calma, de la paz efectiva y voluntaria, y a partir de ello, se crea y se destruye, se redistribuye y organiza sistematizada la energía para el vivir pleno.

Autor: JOEL FORTUNATO REYES PEREZ.

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