Marca de Fabrica

Cada mañana, en verano, cerca de las cinco menos cuarto, el sol comienza a dibujar destellos rojos sobre el mar y a ponerle brillos dorados a los calafates que cubren los cerros que rodean Comodoro Rivadavia.
La sugestiva combinación de mar y cerros le da a la ciudad un carácter muy peculiar que se acentúa los días de viento, tan frecuentes en la primavera y en el verano.-
Aquel, el viento, deja su impronta en toda la comarca, las matas naturales, calafates, espinillos, matas negras, se inclinan, semejando adoradores del Iluminador, hacia el este. Inclinación forzosa que les hace mostrar seca y áridas su partes occidentales dejando solo para lo oriental el natural verdor y la humedad de todo vegetal.-
No escapan a esta característica los árboles que los pobladores han plantado en el transcurso de los años. No muy abundantes por cierto, y casi siempre oficiando de cortavientos, inútil reparo para los ímpetus de los suspiros de Kóoch, el originador del viento en la mitología tehuelche.
Sobre las estribaciones de uno de esos cerros, el que cubre las espaldas de la ciudad, subiendo por la Avda. Kennedy hacia el norte, se encuentra la calle Guaraníes.-
En ella, al ochocientos más o menos, cuarenta y tantos años atrás, Lidia del Carmen con sus veinte años a cuestas se instaló levantando, con sus propias manos, la que sería su vivienda.-
Lidia, siempre del Carmen, como le gustaba que la llamaran, había llegado a Comodoro atraída por su fama de ciudad rápida para hacer fortuna, dejando atrás algún lugar del norte de la Argentina que nunca supo explicar bien cual era o no quiso.-
Sobre finales de la década del 60, Comodoro todavía vivía el alborozo del boom petrolero, la plata se ganaba fácil en jornadas laborales en la boca de los pozos que, cual vampiros ecológicos, succionaban de las entrañas de la tierra la melaza negra que ayudaba a crecer a la ciudad.-
Pero Lidia del Carmen poco o nada sabía del petróleo, sus conocimientos y su educación no le permitían mas que ofrecer sus servicios como empleada doméstica, algo que resultaba infinitamente mayor, en ingresos económicos claro, que lo que su pueblo de origen le hubiera permitido ganar.-
Pero Lidia del Carmen tenía otra cualidad, una que se tiene solamente una vez en la vida y no por mucho tiempo, esto lo comprendió mas tarde: juventud, y decidió explotarla.
Como toda ciudad con primacía de población masculina lo que en esos años abundaban en Comodoro Rivadavia eran prostíbulos y cabaret o whiskerías como se las llamaba por aquellas épocas.
Los había de todos los niveles y gustos, desde los económicos, para los clientes se entiende, y que no resultaban mas que viejos locales atendidos por también viejas trabajadoras del sexo, hasta los que ostentaban un cierto lujo y que eran la puerta de ingreso a la profesión mas antigua para aquellas que, como Lidia del Carmen, poseían el tesoro de la juventud.
Normalmente estos se encontraban en el centro de la ciudad, en la calle Belgrano sobre todo, y aquellos se iban desgranando hacia las periferias, paradójicamente mientras caían en calidad se elevaban sobre los cerros que rodean el “pueblo” como los viejos vecinos llamaban a su ciudad.
“Congo Belga”, “La Gruta”, “Sing Sing”, “Cuartito Azul” pertenecían a esta última categoría, mientras que “Bagattelle”, “Moulin Rouge”, “Soraya” integraban la primera.-
En todos el ambiente interno era el mismo, semipenumbra de luces bajas, preferentemente rojas o azules, densidad de humo de cigarrillo, abarrotamiento de perfumes baratos mezclados con sudor eran el marco en el que una figurada barra servía para que se acodaran los parroquianos hasta tanto alguna de las “meseras” los tentara para reposar mas cómodos en un “privado”.
“Privado” cuya única característica distintiva consistía en ser algo semejante a un sillón ubicado en un lugar mas oscuro aún, lo cual permitía ciertas caricias y ciertos juegos que, de lograr su cometido, introducían al cliente junto a la “mesera” tras alguna puerta por la que se accedía a los placeres de la carne.-
Lidia del Carmen alguna vez había escuchado que al lápiz labial lo llamaban “rouge” y tal vez por esa asociación, pero seguramente por sus fervientes deseos de escapar al destino de empleada domestica, llevó sus veinte años hasta las noches del “Moulin Rouge” en la calle Belgrano.
Pero lo veinteñal, lo juvenil, resulta efímero. Los días pasan, inclementes, y así las semanas, los meses y los años, y sus servicios, si bien requeridos en un principio por su fragancia de carne joven y dura, nunca fueron los suficientes como para que algún petrolero le requiriera matrimonio, cosa frecuente entre hombres solos, cansados de campo, vientos, nevadas y noches frías.
Por lo tanto, a medida que sus años aumentaban, disminuían las posibilidades de ser solicitada por potenciales clientes y, siguiendo los pasos de muchas otras, Lidia del Carmen emprendía el camino, calle Rivadavia arriba o San Martín, para el caso da lo mismo, puesto que las dos resultan igualmente empinadas, hacia los cada vez menos ostentosos lugares de diversión nocturna.
Hacia los cuarenta y pico de años, cansada de ejercitar otras partes de su cuerpo, solo le daba trabajo a sus aductores en el “Sing Sing” de la calle Vélez Sarsfield, que ya no tenía nada de whiskería o cabaret y era un simple prostíbulo con un peldaño mas de nivel que el prostíbulo “oficial” del barrio Jorge Newbery.
Fue por esa época mas o menos, que, en un errado cálculo de días o en un involuntario olvido, su cuerpo fue cambiando de forma, redondeándosele su vientre y aumentando de volumen, sin comprender ella muy bien porque al principio, hasta que esas molestias e hinchazones originales culminaron en un nombre elegido por azar: Susana, con un agregado, del Carmen, como si fuera una marca de fábrica.
La panza de nueve meses primero y luego los llantos de Susana, impidieron que Lidia del Carmen continuara con su diario trabajo de brindar efímeras satisfacciones sobre una cama, por lo tanto, no tuvo más remedio y decisión, que recluirse en la casita de la calle Guaraníes el ochocientos, en el Barrio Ceferíno Namuncurá de Comodoro Rivadavia.

La casa, si así puede llamarse, no era mas que dos rectángulos de tres por cuatros, formando una ele, paredes de chapa clavadas como se pudo sobre bastidores de madera y por dentro forrada con cartón, una sola puerta de entrada que en lugar de dar hacia la calle daba a los fondos, un ventanuco de veinte por veinte, sin vidrios, el piso era de tierra que con los años se fue apisonando y endureciendo.-
El brazo largo de la ele tenía techo a dos aguas, también de chapa, el corto, con una sola caída, permitía que las lluvias y las nevadas del invierno chorrearan el aguas hacia la calle, dejando a la casa rodeada de un barroso lago que la aislaba aun mas de sus vecinos.-
Desde el principio nomás, es decir, desde que Susana, marca de fábrica “del Carmen” comenzó su berridos en la casa, esta se fue llenando de perros.
Perros de todo tipo, raza y tamaño, peludos, grandes, chicos, monocolores, multicolores, orejones, rabones, sanos, rengos, sarnosos, pero todos con dos características que los igualaban: pulguientos y famélicos.
Fueron apareciendo de a uno, primero fue uno chiquito, blanco y negro, “Milonga” de raza indefinida que, cuando Lidia del Carmen salía a pedir comida a sus vecinos, se quedaba bajo el ventanuco con las orejas paradas, como escuchando si dentro de la casa, a Susana, marca de fábrica “del Carmen” le pasaba algo, que lo único que podía pasarle por esos días era llorar si tenía hambre o estaba sucia.-
Luego se sumó otro, esta vez mas grande, casi mediano, color tostado, con algún antepasado de bóxer entre sus genes, pero muy antepasado, “Gurí”, este siempre acompañó en sus paseos mendicantes a Lidia del Carmen, era callejero, muy callejero.-
Los que se agregaron con el tiempo o bien dejaron de tener nombres o bien, por ser tantos, me los he ido olvidando.
Así fue creciendo Susana, marca de fábrica “del Carmen”, casi siempre encerrada en la casa, hablando solo con su madre o con los perros, asomando en ocasiones sus ojos celestes por el ventanuco y dejando que la brisa o el viento llevaran algún mechón de sus rubios cabellos contra las chapas de la casa.
En algún momento, tal vez cuando Susana, marca de fábrica “del Carmen”, vio por primera vez la luz de este mundo en que le tocó vivir, a Lidia del Carmen se le fue apagando parte de su luz interna, o tal vez, tantas noches de espera, de alcohol y de vender caricias y su cuerpo, le fueron matando la capacidad de discernir entre lo real y sus imaginarios mundos.-
Y así, poco a poco, solo fueron existiendo los perros y Susana, marca de fábrica “del Carmen”, a quien se empecinaba en cuidar de todo mal encerrándola en la casa, no dejándola salir ni para ir a la escuela, a la que en verdad nunca fue.-
No hubo reclamo de vecino ni consejo de cura que le hiciera cambiar de su postura, el único mundo seguro para Susana, marca de fábrica “del Carmen”, era el que habitaba dentro de la casucha, y esta idea se fue haciendo el único motivo de vida de Lidia del Carmen.-
Solo permitió, cuando la niña ya caminaba y andaba por los cuatro o cinco años, que la acompañara en sus diarios recorridos en busca de comida en los vertederos de los restaurantes o en los tachos de basura de sus vecinos, ya que la caridad de estos había menguado drásticamente ante las frecuentes insistencias de Lidia del Carmen en requerirles alimentos.
Cuando Susana, marca de fábrica “del Carmen”, dejó la niñez para entrar en la adolescencia, hecho del que se enteró caminando de la mano de su madre y sintiendo que entre sus piernas corría algo pegajoso y tibio, diferente a los orines que voluntariamente expulsaba en cualquier parte, a Lidia del Carmen se le sumó otra obsesión: a su hija, de once o doce años en esos momentos, le gustaban los machos, se le iba a escapar con algún macho.-
Esta idea torturó su enferma mente por varios días, y tanto la torturó que terminó creyendo que en verdad Susana, marca de fábrica “del Carmen”, únicamente deseaba abrir sus piernas para ofrecer aquello que todavía era virginal.
A los encierros Lidia del Carmen sumó castigos, fuertes castigos corporales para que Susana, marca de fábrica “del Carmen”, se olvidara de los machos, para que no los deseara.
El camastro en que Susana, marca de fábrica “del Carmen” dormía, junto al de su madre, en la habitación que compartían se convirtió en el anclaje, en el mojón, en que permanecía atada horas, días enteros.
Esto no escapó de las miradas de sus vecinos, primero por curiosidad, luego por morbosidad o simplemente por chusmerío, comenzaron los rumores y los comentarios entre las mujeres, y, porque no reconocerlo también entre los hombres.
“Vio vecina? – comentaba alguna - salen a eso de las 10 de la mañana a recolectar comida y otras cosas de las bateas de residuos que encuentran a su paso; se las ve revolviendo las bateas del centro y a la noche regresan, la chica con dos bolsas y ella con una. Que clase de madre es?", se auto preguntaba escandalizada.
"Ni siquiera fue nunca a la escuela, y cada vez que viene la policía la señora les echa lavandina en los uniformes; hasta una vez vino un juez y le arrojó agua hirviendo... no tiene ni ventanas ni baño y cuando hace sus necesidades en un tarro luego lo arroja a los patios nuestros. Un verdadero asco, una vergüenza" aseveraba otra.
"Esta chica jamás fue a la escuela y cuando la chica pide auxilio porque esta atada a la cama, la madre grita que 'la tengo atada a esta puta de mierda porque se quiere ir con los machos'.
“Yo la denuncié – intervenía una tercera - pero nunca solucionaron nada y nadie se preocupó, ni la policía ni los jueces"

Un día, sin que nadie pueda explicar porque, los perros fueron desapareciendo, primero los grandes, los de mayor tamaño, luego los medianos y finalmente los mas pequeños, los mas esmirriados.
Casi al mismo tiempo dejaron de oírse los gritos de Susana, marca de fábrica “del Carmen” y nadie mas la vió o supo algo de ella.
El vecindario, tan necesitado de noticias locales, cercanas, elaboró mil teorías sobre esta ausencia, la de Susana, marca de fábrica “del Carmen” no la de los perros, a la que no dio importancia en esos momentos.-
“Se cansó que la golpearan y la maltrataran y se fue” decía una.
“La otra noche me pareció escuchar el ruido de un auto, seguro que se fue con algún novio, porque aunque flaca, fea no era” agregaba otra.
“No la habrá matado la madre?” cizañaba la de mas allá tratando de poner una cuota mayor de misterio y un toque macabro a los rumores barriales.
Hasta hubo quien, tal vez por cristiana piedad pero seguramente para sacarse todas las dudas que carcomían a los vecinos, fue hasta la comisaría a tratar de denunciar el caso.-
Nunca se pudo averiguar nada de lo sucedido con Susana, marca de fábrica “del Carmen”, y así las cosas, mas el embarazo de alguna adolescente y su parto como madre soltera, el divorcio de la doña de la casa del árbol, las continuas borracheras del “negro de mierda ese que vive en la esquina”, o los cuernos que la de “acá a la vuelta” le pone al marido, fueron dejando la historia de Susana, marca de fabrica “del Carmen” en el cajón del olvido y solo, muy de vez en cuando, cada vez mas de vez en cuando, alguien la recordaba en alguna conversación.-
El 21 de enero del 2007, como todos los días desde hace veinte y pico de años, Lidia del Carmen, salió, harapienta, desgreñada y sucia de su casucha para recorrer vertederos y tachos de basura en busca de comida, y, como sucedía desde hace año y medio, dos años, lo hizo sola, sin los perros y sin Susana, marca de fábrica “del Carmen”
Serían aproximadamente la diez de la mañana, diez y media a lo sumo, porque el sol ya estaba para el lado del Chenque, como a una cuarta de la punta del cerro, dando de frente en el ventanuco de veinte por veinte, que, sin vidrios, dejaba pasar algún que otro rayo de luz hacia el interior de la vivienda y mostrando, si uno miraba con atención, como motitas de polvo danzaban en la tibieza del aire veraniego del sur.-
Tal vez el no hacer nada de las vacaciones, tal vez costumbres mal aprendidas de los mayores, tal vez simple curiosidad o tal vez por joder nada mas, no se bien porque razón, pero la cuestión fue que ni bien Lidia del Carmen estuvo alejada de la casa unas cuantas cuadras, dos pendejos, dos pibes de los mas madrugadores y de los que siempre quieren hacer algo, decidieron meterse en el mundo oculto de Lidia del Carmen.
Que el ventanuco diera a la calle no fue impedimento alguno para que por allí ingresaran al fétido cuadrángulo rodeado de chapas y cartones, imaginando encontrar no se que cosas en el amontonamiento de ropas sucias, papeles y restos de basura y comida.
Los diez años que ambos tenían no le dieron a ninguno de ellos, el valor suficiente para enfrentarse a lo que encontraron.-
Al día siguiente, Crónica, uno de los diarios de Comodoro, pudo con letras tamaño catástrofe, esparcir los chismes de barrio por toda la ciudad: “ESPELUZNANTE Y MACABRA HISTORIA EN BARRIO CEFERINO NAMUNCURÁ”, luego como copete: “Convivió 2 años con su hija muerta recostada en la cama”
Después venía la noticia, ya en letra normal: “Una mujer con trastornos mentales convivió al menos durante dos años con el cuerpo sin vida de su hija recostado en una cama lindante a la suya.
Los vecinos no sólo habían denunciado ante diversas autoridades policiales, judiciales y municipales la posible situación, sino también de las constantes agresiones que recibía la joven por parte de la mujer de 60 años que la noche del domingo debió ser internada en una sala de psiquiatría del hospital Regional”.
“Lo misterioso del caso es que el cuerpo -cuyo deceso dataría de entre un año y medio a dos años- estaba como en una especie de momificación o aparenta estar embalsamado; se notaban bien las facciones de la piel de su rostro y de los brazos que estaban extendidos hacia sus mentones, como en una posición de defensa.
Se trataría de una joven de nombre Susana. Algunos vecinos sostienen que tendría entre 18 y 20 años y otros de los más antiguos dicen que unos 27. "Lo recuerdo porque mi hijo mayor tiene 30 y otro 27 y ella solía jugar con ellos" señaló la vecina Ester Monteros, quien junto a Esterlita Barros Cárdenas y su familia, y Victoria Marilán, todos vecinos lindantes, mostraron a nuestro cronista la documentación que data de hace bastante tiempo, elevada en su momento tanto a la seccional de Policía, el Municipio, Juzgado de Familia y hasta el Juzgado de Instrucción, donde exponían la anómala situación con Lidia del Carmen (60) y el peligro que corría la que recuerdan como bella jovencita de cabellos rubios y tez blanca que en ocasiones solía pedirle auxilio a los jóvenes del barrio diciendo que su progenitora la maltrataba e incluso la ataba a la cama para que no salga.”
Volvieron esta vez los chismes y los rumores al barrio.
-"Muchas veces pasábamos cerca y escuchábamos que ella misma intentaba imitar la voz de su hija y se hablaba y se contestaba sola", dijo una vecina, y no fueron pocos los memoriosos que recordaban la figura de aquella mujer que hurgaba en las bateas de basura seleccionando algunos alimentos en mal estado que arrojaban restaurantes o verdulerías, acompañada de una jovencita de cabellos rubios y lindos rasgos en su rostro de niña sufrida.
También se acompañaban de muchos perros, por lo que el diario aprovechó para escribir: “Este es otro detalle escalofriante: al igual que la jovencita, de un día para el otro, todos los perros desaparecieron. ¿Los mataron los chicos del barrio? se preguntó con curiosidad, pero la respuesta fue: -"No, parece que los mató ella misma y se los comió..."
Cuando cerca de las veintidós horas del tercer domingo de enero del dos mil siete Lidia del Carmen encontró a los vecinos rodeando su casa y la policía dentro, no se cansó de repetir: “la tengo atada a esta puta de mierda porque se quiere ir con los machos”.
“La tengo atada a esta puta de mierda porque se quiere ir con los machos”.
“La tengo atada a esta puta de mierda porque se quiere ir con los machos”.

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Sábado, Marzo 26, 2011 - 08:26

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