Escenas de alcoba

Lapidación en la Era moderna

Lapídame en un cuarto blanco
a solas.

No quiero testigos.

Que las piedras que arrojes
sean flores desvahadas
por tu mano amorosa.

(San Agustín se preguntaba si Dios
era tan poderoso
como para hacer una piedra tan pesada
que ni él mismo pudiera levantarla)

Si las piedras no alcanzan,
dame la copa de petróleo,
el sorbo de alcohol etílico
por intravenosa.

Y si todo aquello fallara
quedaría aún tendernos
en la herbosa querencia
y dejar que el velario del techo
con su mantel de yeso
abra grande los ojos
sobre nuestro yermo de piedras
o mi cuerpo envenenado.
El cielo del baldaquín
asomando entre nosotros
como tierna mortaja.