He despertado con este verso atravesado en la lengua y las retinas

 

"De qué te quejas, éste es el único país

que respeta la poesía: mata por ella". 

                                                                       

Osip Mandelstam, a su esposa

 

 

Poema Trítico

 

A Jones

 

I

 

Hace tieeeeeeempo de ESO y tú no nacías.

El frío y el tiempo.

Un poema de rabia y lunares en la espalda,

paraguas azul con ramos de espinas en los ojos.

Necesidad de los condenados a ver la muerte en la trastienda del vecino.

Ciempiés derramándose gota a gota del lavabo una noche en la Calle San Luis.

Rabia de los lunes.

Rabia de querer morir siempre en un cuchillo.

EL FRÍO Y EL TIEMPO.

Donde Reyna habré dejado mi cuerpo tendido y sin voluntad,

déjalo ahí, mito de cuarentena y fiebre sudada en el altar del excusado.

 

II

 

El calor de los edificios y los elevados,

trenes que nos han costado hasta el nacimiento, la sangre de poetas,

rabia de vías sin acceso en las máquinas tragamonedas,

sombras detenidas en los orondos espejos de la noche.

¡Ay, Augusto!, diste las vísceras por odio,

diste la vida de tus retinas llenas de gusanos y alacranes al diablo,

a ese mueble salado de la abuela y los testamentos.

Ya no te queda mirar el TIEMPO, ni el FRÍO de las moscas en tu lengua de asesino.

Augusto, tírate del puente o mátate de abismos en las caracolas.

Miéntete de una vez, deja de morir tanto…

 

III

 

Augusto, se que nos vamos cada domingo en el azul del paraguas,

en una esquina de la San Luis,

en un pedazo de ciudad vestida de amaneceres.

Yo, desde esta distancia te observo rabiar de parques,

no trates de curarte, ni siquiera tendrás motivos para ordenar los poemas de Leda,

ya acabaste de ir por las babas de los homicidas,

tú homicidaste el FRÍO con su TIEMPO en la espalda de la rutina,

tuviste el decurso en las cornisas y la lluvia,

ahora no te quejes, aguanta, eres un hombre atravesado con otro hombre en la boca;

Te toca, es el turno, tú lo quisiste y ahora no te lamentes,

Sufre, sufre con todos tus huesos de lagarto,

con todo lo que restas,

miéntete de una vez y deja de vivir tanto.

 

Diciembre, 2009

 

 

De este lado desde arriba

Vuelves a tus brazos esperando la expectación de algo valioso para colgar desde el quicio de una ventana caricatura demonio ángel hermafrodita dudando en cada gesto de la risa y el pestañeo —hermoso boquear— de la luz apagándose lenta en tus pies descalzos o cubiertos. Andarán cada forma, y el fondo detenido en el pozo del deseo que todos anhelamos a pesar de nuestra condición de enfermos. Aquellas piernas magulladas te surgirán por el lado superior izquierdo, más arriba del viento, resultado de números triturados por un mortero y un aeroplano en una explosión de semen y óvulos mirando aceras y fachadas de edificios. Te poseerán feto como si tú fueras un objeto sin valor, pero que en realidad tú los verás a ellos en la teología de una canción taumaturga por los que lloran un día de lluvia derramada de las ingles o de un hueso prehistórico danzando una y otra vez en los escaparates de las tiendas y la fenomenología del contraste y la dilatación ajena a esta distancia hueca metiéndoseles por las venas a quienes olvidan el grito del no o el sí durante el proceso de los tanques y los clavos en la pared para instalar tus genitales a campo traviesa o a fuego cruzado en las trincheras y las ruedas que frenarán después del golpe húmedo o el lazo en tensión apretándote el dorso, desintegrándose tú torso al abandonar por esta vez el quejido de un seno que te retumbará en los oídos para que nosotros encontremos la cualidad o la perspectiva para verte mejor de este lado desde arriba.

 

Otro barco encallado en la costa

 

Desde la oscuridad armaste el golpe.

Poco sentiste detrás de la pantalla

y eras tú adornando la fiesta de los cabríos.

Atardecían esas manos tuyas

bajo la almohada de fotos y sexo milenario.

Con ellas parecías un ángel,

un feto que mordía y retozaba con el ombligo.

Te dijiste en los vaticinios dos horas antes del golpe.

Nuca comprendiste el por qué abrieron el cráneo,

nunca supiste del desmayo de tus albas

ni de aquellas bestias aladas que empezaban a cansarse

en las penumbras superpuestas a ti.

No quisiste dudar de las marinas

y las espumas cubrían tu rostro de naufragios.    

 

 

Mujer violenta

 

Esta habitación habitaba sobre las puntas de tus dedos,

quisiste armar el blanco ante la posibilidad de caer.

Hoy mereces las pulsaciones servidas de antesala,

un gnomo respira tus ojos, tus palabras escurridas

en lo alto de una ventana incrustada en tu rosto.

Cuántas sombras pasan por los retratos y el viento.

Sonreíste aquella tarde de ocasión sin dejar ver

la risa de esa mujer violenta, esa revolución

que asesinaba tu sangre cayendo en las cloacas

y por un instante creíste convivir aferrado al sosiego,

a la alianza de las agitaciones, a la armonía del mar,

a la sobriedad del sexo y a los síntomas humanos.

Cuántos anonimatos cruzan esta habitación deshecha,

cuántas alquimias perturbaron esa mujer violenta. 

 

 

Cuando cerraste tus manos en invierno

 

Faltaste a la cita de aves desenchufadas

en la frutera del mediodía de un invierno maldito,

trampa de puertas semiabiertas,

témpano de oídos siniestros agujereando aguas,

olas que penetran en espumas.

Salta, no importa,

déjate morir sin unicornios y delfines con alas.

Saltaste el círculo a través de la vida,

te dejaste tantear por infantes en la alucinación del gato,

ahora no finjas el gusano bermejo habitando la extrañeza,

las simulaciones de tu lengua hervida en orines de ángeles.  

Oh ser despreciable por llamas de hielo,

has gemido tu muerte en mórbida postrimería,

en citas de membranas dulces que borran al cerrar tus manos. 

 

Poema azul para una escritora muerta

En memoria de Alejandra Pizarnik

 

Hay tantos monstruos enlatados en un rincón de la casa,

juguetes adornando tus menstruaciones al justificar

las toallas y los óvulos de las monjas que nunca llegan

a mirar el espejo en sus vaginas de pentecostés.

Lagrimar no te dará el huevo de las flores metálicas,

no te aliviará lo ligero de las grandes heroínas perversas,

no te mostrará la dosis necesaria para irte en trasatlánticos

a rumiar las vírgenes en la rastrera geometría de la ciudad.

Deja de creer esta vez en ti y los tótems inmortalizados,

ya no te queda el hombro por encima del bajo vientre.

Oracular blancuras, predecir pretéritos ayer en tu nombre,

apenas una gota de planeta te elevaba en las salivas.

Hay tantos seres deformes resguardos en la casa

que enfermaste y padeciste el sueño cuando venías.       

  

 

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Miércoles, Marzo 23, 2011 - 04:41

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augusto27

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