La mano
El salón…. Lo que comúnmente era la platea de un viejo cine-teatro de pueblo… a los costados… bajo los palcos… las mesas donde se sentaban las madres que acompañaban a sus hijas y alguna que otra chaperona, ya casi en desuso, que también intentaba, aunque mas no fuera, dar unos pasos al son de la música en alguna de esas noches….
El tiempo…. Unos carnavales del año 66 o 67… no recuerdo bien…. Pero por allí era… o tal vez el 68….
La animación…. Un conjunto de típica con cinco músicos (para tangos, boleros y otros ritmos semejantes) y una orquesta tropical, no mas numerosa, (para merengues, cumbias, algún que otro fox trox en decadencia) luego discos con rock and roll y los infaltables temas de los Beatles.
En los palcos (que aunque parezca mentira, también se ocupaban) algunas de las familias más tradicionales, en general con niños o adolescentes a los que todavía no se les permitían concurrir solos a los bailes de carnaval.
Las bonitas mozas, todas mayores de quince años, luciendo pequeños tacos de no mas de tres o cuatro centímetros y recién estrenadas medias de nylon, sentadas con sus padres en las mesas, siempre rodeadas de un enjambre de otras niñas, todas muy semejantes entre si, charlando y cuchicheando a mas no poder.
Los varones, de riguroso saco y corbata, de las que se usaban por la época, finitas, girando en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la pista de baile, en grupos de a dos o de a tres, mirando de soslayo a las mesas y estando atentos a percibir una mirada femenina que insinuara un si anticipado a la invitación a bailar.
Había dos cuestiones que a toda costa deberían evitarse, so pena de arruinar esa noche y las siguientes, por el bochorno que provocaban: las señoritas jamás debían pararse de sus sillas hasta que el caballero que las hubiera invitado a bailar estuviera junto a ellas, no fuera a ser cosa que la invitación haya estado dirigida a alguien detrás de ellas y se quedaran paradas mientras el galán seguía de largo.
Correlativamente, jamás un varón debía arriesgarse a llegar a una mesa con la intención de sacar a una niña a bailar y recibir un rotundo “no” que lo obligara a volver a la ronda con la humillación del rechazo.
¿Cómo se invitaba a bailar? Aquí resultaba fundamental e imprescindible el contacto visual, este tenía menor importancia claro, si existía una combinación previa entre ambos integrantes de la futura pareja de baile, si por alguna razón o circunstancia que no viene al caso referir, ya estaba pre establecido que ambos dos bailarían juntos toda la noche, el contacto visual pasaba a un segundo o tercer plano y, en forma inmediata se establecía otro tipo de contacto.
De no ser así, si era el azar quien señalaba la pareja de baile, la obligación del género masculino era dar dos o tres vueltas en torno a la pista de baile, intuyendo, miradas mediante, cual damisela se encontraba mas predispuesta a acompañar en los ritmos musicales.
A falta de celulares que permitieran enviar un mensaje de texto (ya que intentar una llamada telefónica no sería lo adecuado dado el volumen de la música) la invitación a ser acompañado en una o mas piezas musicales se efectuaba mirando a la persona elegida a los ojos con una elevación de la cabeza en dirección a la pista de baile, lo que comúnmente se denominaba “cabeceo”
En resumidas cuentas, establecido el contacto visual, y mantenido este, el hombre “cabeceaba” a su elegida y esta, en caso de aceptar, sonreía inclinando levemente la cabeza en un “si” lo mas disimulado posible. Si la respuesta era negativa, lo mas probable es que pusiese cara de seria y desviara la vista hacia otro lado, generalmente hacia donde estaban sus padres y/o hermanos.
Aquí conviene hacer una referencia, que era importante tener en cuenta. A cada ritmo, correspondía un tipo de edad, siempre que no hubiera nada pre acordado, claro.
Los mas tradicionales (tango, milongas, etc.) estaban casi exclusivamente reservado a las personas “mayores” (léase de treinta años o mas), si algún adolescente gustaba de estos ritmos, seguramente satisfacía sus gustos con algún pariente mas o menos cercano y que fuera de esa edad. O sea que aquí se bailaba por el simple hecho de bailar.
Los ritmos tropicales (cumbias, merengues, guarachas) ampliaban el espectro de las candidatas e inclusive estas no se volvían tan exigentes al momento de aceptar la invitación. Eran, y siguen siendo, ritmos alegres, que permitían a los cuerpos expresarse libremente, con gracia, pero fundamentalmente no teniendo contactos cercanos mas que en breves instantes. Ello tenía la fundamental ventaja de reducir sensiblemente el riesgo a recibir una negativa, hecho que comúnmente se conocía como “rebote”
En cambio, los ritmos “lentos” (boleros, baladas, etc.) exigían de mayor cuidado por ambas partes, aquí, el riesgo del rebote, en el caso de los hombres, o del “planchazo” en el de la mujeres, era mucho mayor, ya que estos ritmos invitaban a una intimidad, a una cercanía, a un contacto piel con piel que los hacía peligrosamente insinuantes, y, en el caso de resultar positivos, a crear nuevas y mas intimas situaciones.
Establecidas estas circunstancias de tiempo, modo, lugar y características, pasemos a la historia del que vendría a ser nuestro personaje, entendiendo que ya nos encontramos ubicados en el salón de baile, este se encuentra sumamente animado y se da el encuentro esperado, y casi acordado, entre alguien a quien vamos a llamar Luis y esa otra persona a quien llamaremos Beatriz, solo porque algún nombre debemos darles, ambos rondando entre los quince y los diecisiete años.
Beatriz se encuentra sentada en una de esas mesas ya referidas, acompañada de su madre y de su hermana, quien, por ser algunos años mayor, goza de la preferencia de tener a su lado al pretendiente de turno, un hijo de alemanes cuyo nombre no viene al caso.
Luis, cumpliendo el rito de las dos o tres vueltas previas al salón de baile, (hecho innecesario en este caso, puesto que de alguna manera ya había establecido con su elegida que esa noche bailarían juntos) decide enviar, contacto visual mediante, la pactada invitación a bailar a Beatriz, esto es el consabido “cabecéo”.
Beatriz acepta, Luis se acerca respetuoso y circunspecto a la mesa en que se encuentra la dama, saluda sin acercarse a su hermana y al novio de esta y tiende la mano para saludar a su madre.
La señora, con gesto adusto pero no tanto como para ahuyentar a Luis, tiende su mano respondiendo al saludo.
El joven observa la mano delgada, cuidada, de uñas prolijamente cortadas, sin pintar, partir de la falda en la que se encontraba apoyada, elevarse lentamente hacia su mano, casi cree ver en esa mano que se eleva el grácil vuelo de un pájaro y la imagina como una golondrina partiendo de su nido.
Tanto le deleita el primor con que la mano se dirige hacia el, que no puede menos que continuar mirándola hasta que siente la piel suave y aterciopelada que se posa en la suya, percibe el calor de la misma en el consabido apretón que implica el saludo, ve que la belleza de la mano se corresponde con la de su dueña, circunstancias ambas que se reflejan en Beatriz, e inmediatamente y sin saber porque siente que desearía retener para siempre esa mano entre las suyas.
Lo fugaz del saludo no le impide rescatar hasta los mas mínimos detalles de esa mano, su delgadez, el suave palpitar de la sangre circulando por esas venas azuladas que apenas se insinúan bajo la piel, la tersura de las yemas apoyadas en el dorso de su propia mano, la total ausencia de anillos o joya alguna, lo que permite que la hermosura que la mano guarda se destaque aún mas.
Los dedos largos, perfectos, armónicos, que finalizan, y esto llama mucho su atención, en unas uñas prolijamente cortadas, casi al borde de la yema de los dedos, con su color natural, un rosáceo tenue, dulce, encantador.
Reteniendo esa imagen en su mente, toma a Beatriz por el brazo y se dirige a la pista de baile.
Las primeras piezas, ritmos tropicales, son bailados en las cercanías de donde se encuentra la dueña de la mano en la que todavía piensa Luis, y a medida que el ritmo va menguando en su estridencia, la pareja se va alejando, cuestión que, al llegar a los ritmos lentos, se encuentren en el centro de la pista, protegidos de miradas severas por otras parejas.
Los boleros y los ritmos lentos incitan a la cercanía, el sentir el rostro femenino apoyado en el pecho o rozando levemente la cara, lleva a que los cuerpos se acerquen aún mas, si esto fuera posible; un leve descuido hace que los labios rocen una mejilla, luego se posen en ella y, finalmente, un primer beso corona todos los preámbulos y da comienzo a una serie de arrumacos que se prolongarán toda la noche hasta que el baile finalice.
Beatriz está exultante, sus verdes ojos brillan, sus mejillas dejan asomar un rubor que si bien puede deberse a la excitación del baile, mucho mas tiene de otra excitación, la provocada por las caricias y los besos; en su interior ve como lejanos los momentos en que observaba a Luis con atención, atraída por su estatura y su aplomo, por esos ojos negros de mirar profundo con que la observaba.
Esta segura que, sin habérselo dicho ni pedido, Luis esa noche se le declaró, y que, de allí en mas iniciará su primer noviazgo, el que, en esos instantes piensa definitivo.
Un poco antes de finalizar el baile, nuestra pareja vuelve a la mesa en la que ahora solo se encontraba la madre, se sientan junto a ella, comentan tal o cual acontecer de lo que en la pista ocurre o sobre algún conocido al que alcanzan a ver, hasta que finalmente también regresa la hermana mayor con el hijo de alemanes que tiene por pretendiente, y la madre indica que es momento de que la familia regrese a su hogar, dando por finalizada la diversión de esa noche de carnaval.
Recordando tal vez su adolescencia y haciendo un espacio en su severidad, la madre permite que Luis y Beatriz tengan un último momento a solas para despedirse por esa noche y, seguramente, para intercambiar mutuas promesas de nuevos encuentros.
Los recovecos del paraíso del viejo teatro brindan la suficiente intimidad como para que los recientes enamorados se brinden las últimas caricias y se deshagan en mutuos halagos, y urgidos por la premura de no retrasar en demasía la espera de la madre permisiva, incrementan la efusividad en un final beso que conmueve la totalidad de sus instintos hasta casi no permitirles controlarlos.
Ya con el último adiós, cargado de promesas de prontos reencuentros, Beatriz pregunta:
- ¿Qué es lo que mas te ha gustado de esta noche?
Luis cierra los ojos recordando el momento y responde:
- “Las manos de tu madre.”
Nunca mas Luis y Beatriz volvieron a verse.
Hoy, cuarenta y tantos años después, Luis continúa destrozando las imperfecciones que sus manos recrean en arcilla tratando de volver a tener la belleza de esa mano que obsesionó su vida.
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