EL TREN
El silbo del tren atrapaba nuestra atención niña y la esquina nos esperaba para verlo pasar, dejando de lado nuestros juegos habituales.
Siempre pasaba a la misma hora, cuando el día agonizaba y las sombras que llegaban nos permitían ver aun esas ventanitas de luces encendidas que pasaban ante nuestros ojos en el breve lapso que, a una cuadra de distancia, cruzaban la calle y se perdían rumbo a la estación.
Nosotros, parados bajo la luz de una falora parcialmente oculta por frondosos plátanos, lo veíamos pasar escuchando su ruidoso traqueteo sobre las vías.
Imaginábamos a los pasajeros ignorantes de nuestro entusiasmo y que llegaban de ignotos parajes del norte lejano. Tampoco nos importaban ellos demasiado, pues sólo el tren era el dueño de nuestro regocijo.
Y pasaba el fragor de su andar que se iba adormeciendo como la tarde, hasta que dejábamos de escucharlo cuando sus últimos silbos recordaban que había llegado a la estación.
Y volvíamos a nuestros lúdicos quehaceres, sabiendo que al día siguiente pasaría de nuevo, como si fuese la primera vez, con su silbido, su ruido, sus ventanas iluminadas y toda esa pasajera alegría que se renovaba tarde a tarde para ser parte de nuestros recuerdos.
El tren… añoranza de tarde de pueblo.
De mi libro “De mi baúl y de esos cofres de luz”.2016 ISBN 978-987-4004-21-5
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