HORROR DE CIUDAD GRANDE

Me asustan las ciudades. No tolero

sus callejones tristes ni el bullicio,

y soñar la prisión de un edificio

suele hacerme subir al desespero.

Andar atento al ademán artero

con que la sierpe sórdida del vicio

se arrastra en ellas, es un ejercicio

que yo para mis células no quiero.

En sus calles mi rostro se sorprende

y confunde los dédalos y extiende,

solícito, la dádiva que espera,

quejumbrosa la voz de timbre anciano,

el abandono asiéndose a la mano

del hambre aletargada en una acera.