¿Por qué tocar fondo?

¿Por qué tocar fondo?

Todos los seres vivos pasamos por crisis, etapas, ciclos, etcétera, provocados por cambios físicos o ambientales o síquicos. Pasamos de la lactancia y dependencia a la libertad, exploración y autosuficiencia. Despertamos de la niñez a la pubertad y a la adolescencia. Nuestro cuerpo cambia a una velocidad asombrosa, ya que el organismo comienza a segregar hormonas en niveles a los cuales no estábamos habituados. La motivación sexual nos gatilla nuevos tipos de conducta. Nuestros intereses sociales cambian drásticamente. Luego vivimos distintas etapas psico-sociales: madurez, trabajo, matrimonio, paternidad, maternidad, duelo por pérdida de la generación anterior, etcétera.
Todo va dejando huellas y señales; van acumulándose dolores, traumas, miedos, fobias, derivados de fracasos, éxitos, pérdidas o ganancias, los que producen mayores o menores inconvenientes de acuerdo al grado de timidez, de fuerza de voluntad, de valentía, de decisión, de afán de superación, de egocentrismo, de autoestima, nivel de adaptación y capacidad de aprendizaje que tengamos. Y, definitivamente, nuestra sociedad humana no posee los mecanismos ideales para “volcar” todo este cúmulo de vivencias, la mayoría de las veces, negativo. Por lo que éste deriva, mal que bien, en enfermedades físicas, patologías, alergias y, como no, problemas psíquicos.
De pronto comprendemos que, pese a tenerlo “todo bajo control”, aparentemente, no estamos conformes ni satisfechos con nosotros mismos o con la vida que llevamos. Nos falta algo; nos sobra algo… Nos duele todo, no tenemos nada clínicamente demostrable y no queremos nada… No estamos realizados y la apatía, el desgano, el cansancio, la falta de voluntad y motivación, nos lanza frente a un psicólogo o a un amigo que nos detecta una acentuada depresión (la enfermedad moderna por excelencia); cuando no se trata de esquizofrenia, paranoia o psicosis mundana…
Todo esto dentro del ciclo vital normal del ser humano.
Sin embargo, siempre me he preguntado ¿por qué la vida (de todo el mundo), está llena de “altibajos”, de sorpresas, de accidentes, de logros, de enfermedades, de muertes, de victorias, de guerras, de hambrunas, de pestes, de desastres ecológicos, de caídas, de recodos, de subidas y bajadas, de levantarse, repuntar y caer de nuevo…? Cuando logramos alzar el vuelo, superar las tormentas y parecemos planear, entonces, ¡de nuevo!, caemos en un remolino, torbellino o lo que sea que nos arroja con violencia al fondo del pozo…
Esta pregunta aún no me la contesto del todo, pero, algo de luz se vislumbra por el camino de “Dios nos pone pruebas y nos pone a prueba todos los días”… Dándonos la oportunidad de ver nuestros errores, de corregirlos y de ser mejores…
Los místicos de todo el mundo coinciden en que para nacer a la vida espiritual hay que sufrir una especie de muerte en vida primero. Con frases tan lapidarias y definitorias como la de F. Meister Eckhardt: “El que no muere antes de morir, se corrompe cuando muere”. O ésta:“Quien ama su vida en este mundo la pierde, quien la odia la recupera para siempre”…
El Nuevo Testamento habla de la hamartía (en griego el pecado, el error, el apartarse de la verdad, que equivaldría al ruso gruba); y que sólo puede corregirse mediante la metanoia (verbo griego metanoéo: reflexionar, arrepentirse, hacer penitencia. La metanoia es un proceso que lleva a un cambio total en la interpretación y comprensión del propio Yo y de la finalidad de la vida. El hombre logra, mediante la metanoia una nueva visión de la realidad. Esto lo pone en condiciones de poder reconocer e interpretar –sin ideas preconcebidas–, un objeto, una persona o un problema.
También habla de malakía, en griego: enfermedad, irresolución, negligencia, apatía, pereza, desidia, indolencia,,,
El confucianismo dice que el espíritu no es algo inherente al ser humano; el hombre tiene que adquirirlo más bien en el curso de su vida, formando de esta manera una especie de cuerpo sutil, compuesto de pensamientos y de obras. Es este cuerpo el que le da sostén a lo espiritual cuando se separa del cuerpo. Por ende, sólo en los sabios más grandes (iluminados), tiene cierta consistencia. (Lo que explicaría el fenómeno de Santos, Devociones y Animitas diseminados por todo el mundo). Y, no todos los hombres son igualmente inmortales; sólo aquel que ha sabido armonizar su ser, llevando su existencia a una culminación que le permite irradiar energías transformadoras y creativas, no será después de su muerte “uno que retorna”, sino que se transformará en un hombre que actúa, en un hombre divino...
A su vez, el hinduismo coincide en lo principal con esta doctrina en su teoría del karma y las reencarnaciones.
Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, ha visitado Chile recientemente, invitado por la Universidad Vicente Pérez Rosales dando conferencias y siendo entrevistado por Cristian Warnken en el programa La Belleza de Pensar, difundiendo y explicando el significado que toma en su teoría la "resiliencia" (palabra o término usado en física que define la capacidad de los metales de adecuarse a diferentes circunstancias).
Como él lo aclara, la resiliencia no es la receta para la felicidad, sino un sistema parecido al inmunológico en lo orgánico, pero referido a lo psíquico, en que el individuo que ha sobrevivido a algún grave trauma (haber sido abandonado, martirizado, torturado, discapacitado, privado de libertad, segregado, víctima de genocidio, etcétera), a pesar de todo, debido a su resiliencia, es capaz de apreciar la vida, la naturaleza, de ver la belleza, de dar y recibir amor, de encontrar hermoso el mundo y sentir placer de estar en él, de ser parte del ciclo vital.
Por lo que, no hay herida (del alma), que no sea curable, pues, al final de su vida, uno de cada dos adultos habrá vivido un traumatismo, una violencia que lo habrá empujado al borde de la muerte y, gracias a su resiliencia, será capaz de recuperarse y proseguir su vida.
O sea, dicho en otras palabras, para ser un verdadero "resiliente", hay que haber "muerto" previamente.
Plantea además, la necesidad de que el colegio, la escuela, sea capaz de desarrollar en el niño o adolescente esta capacidad de resiliencia, de modo que el joven sienta en ella el apoyo, el amparo y la protección que necesita, ya que en sus hogares, hoy por hoy, no existe el apoyo y protección continuos de los padres, debido a que estos pasan muchas horas fuera de casa trabajando.
Cyrulnik basa toda su teoría en su experiencia personal de juventud.
Por lo visto hasta aquí, para combatir (o, mejor dicho), transformar las energías negativas en positivas, o sublimar los daños), tenemos como alternativas: la religión; los fármacos (antidepresivos, ansiolíticos, etcétera); un grupo de apoyo basado en la amistad, el amor y la comprensión; la medicina ayurveda, que nos enseña a meditar visualizándonos por dentro, restaurando todo lo que aparezca inarmónico, descompensado o fuera de órbita… También existen, por supuesto, los “restauradores del aura”, quienes equilibran las energías en movimiento de todo el cuerpo (físico, psíquico, mental y carnal).
Mi interpretación sobre el particular (sin pretender tener “la verdad” sobre este tema o cualquier otro), es que debemos “pasar todas las pruebas, requerimientos y exámenes”, y llegar “enteros” o “puros” al final; respetando la vida, en todas sus manifestaciones, porque es un regalo, un regalo precioso, y no sabemos hasta cuándo o hasta dónde nos lo van a conceder… Y que, ojalá, podamos aprehender y asimilar todas las variantes sanadoras señaladas anteriormente, ya que las personas que han estado al borde de la muerte, o han superado una grave enfermedad, le cobran un mayor valor y respeto a las cosas simples e importantes, volviéndose más espirituales, sencillas, serias, sensibles, cálidas y alegres, logrando mejor sintonía con la naturaleza… Carpe Diem.

María Luisa Landman R.

Fuentes: De Fantasmas y Demonios, Jane Crossley H. y Fernando Morgado T.; La Filosofía Perenne, Aldous Huxley; Religión sin Revelación, Julian Huxley; Las Variedades de la Experiencia Religiosa, William James; El Nuevo Testamento; Notas de la Traductora, Helena Jacoby de Hoffmann, a la versión alemana del I Ching (El Libro de los Cambios) de Richard Wilhelm; El Murmullo de los Fantasmas, Boris Cyrulnik.