A MI MADRE

Tal vez de madrugada,
yo sentí que venías
trayéndome mantillas
de lágrimas y afán.
Luego tus manos blancas
en tu primer caricia
dibujaron la senda
larga del vendaval.

No siendo la primera
que vino por tu río
llenóse mi hambre toda
con savia de tu amor.
Te vi cuando crecía
apartando los leños
para dar otros tintes
a la llama del hogar.

Vi también que era suave
la hoja en tu arboleda
y la miel campesina
tenía otro dulzor.
Supimos de la sombra
en la montaña umbría
y en esa tarde pálida
del cielo el arrebol.

Pero cuando los hijos
como las golondrinas
se van por el misterio
de extrañas lejanías,
llevando hacia otros muros
los fuegos del hogar,
por un destino incierto
igual que los navíos
tras un seguro puerto
para poder anclar.

Mientras danza en sus alas
la música del vuelo
le invitan hacia adentro
las olas de otro mar.
Desgranaste en el lienzo
de la melancolía
dos lágrimas perlinas
del lirio de tu amor.

Te volvió temerosa
la angustia del olvido,
y el aroma de nardos
que en el viento venía
por tu sendero largo
la dejaste pasar.
Con las manos heladas
por el frío que había
nada, hubieras cogido,
ni nardo ni azahar.

Cuando también yo dejé
perderse tus riberas,
a mi honda ingenuidad sumé pesares
me quemaron las lágrimas primeras
y no estaban tus brazos tutelares.

Tú vestías de fiesta
los verdes sembradíos,
y reía en su seno
la humedad de tu aliento.
Hoy mueren los recuerdos
con el sol del estío
y mi herbazal va seco
por la tarde y el viento.

Ahora si en las noches
mi alma va a buscarte,
tu figura aparece
como niña lejana,
viaja y se desplaza
al abismo de los sueños
al lugar donde siempre
la tristeza se calla.