Mixturas … Très à l'intérieur de moi
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“No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mi todos los sueños del mundo”
Fernando Pessoa
Sin atreverme, muda, sin silencios pero también sin voces.
Mis manos sujetas a las puertas del infierno, yo, que sin haber muerto, tal vez nunca sabré lo que es haber nacido.
Reptando piedra sobre piedra a la orilla de un río donde flotan desnudas todas las horas que hace que no vivo.
La quietud de tanta ausencia se inmola en las raíces de la noche y cada palabra anterior es una sombra exiliada del lenguaje. Decir es un abismo que se extiende en los bordes de mi boca. Callar es una llaga quemante que me crece en la garganta.
Aquella que no era yo quería ser yo. Sudaba y ella bebía; gritaba y ella mordía. Lloraba y ella llovía. Y me puse un disfraz que se reía. O sonreía.
Era cuestión del tiempo; tal vez de las mareas. O del viento, que silva afilando soledades en las bardas, como si fueran cuchillos. Yo no supe nunca y no quiero saber
- tal vez debería haberlo sabido - cómo “afilar“, pero siento su aliento helado cortando el aire sobre mis hombros. De ella; la que no quería y era yo. Y esa otra que fui, pariendo desde las entrañas un dolor tridimensional que se duerme sobre mi pecho cuando amanece.
Quise doblar dedos arpegiando las notas de un bolero y hundí anular e índice en el vientre hinchado de cuántas noches; no se pero tantas y me abrazaba – me abrazo ahora - al cordón de la vereda.
Eran cuatro las hormigas; marchaban por la vena más gruesa de mi pie derecho y me gritaban: ¡loca! Un grito diminuto, íntimo. Punzante.
La calle no era yo pero sí era ella. Ella dando vuelta la esquina llorando mares, juntando sombras, deshojando margaritas.
Ella me veía volar y respiró profundo. Abrió los brazos en cruz y aleteaba. Creyendo que los paraísos se aspiraban, respiró profundo.
Se llamaba pero no recordaba mi nombre. Y entonces me reía debajo del disfraz. Carcajadas de llanto y la cara hundida entre las rodillas.
Respiró profundo. Y respiré porque se ahogaba.
Subió con la mirada embriagada de grises y yo con los ojos resecos me bebí sus pupilas
el iris y el manantial de sus lagrimales hasta agotar sus reservas de nostalgia. Y recordó – aún lo recuerdo - mi nombre.
Ella que era yo pero lo había olvidado.
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